Mas,
atino que la pobreza de la heredad legendaria tiene causas desconocidas y que
precisa estudiar; es más, muchas de las joyas folklóricas de algunos vecinos
países nos son comunes, como en su oportunidad se probará. En efecto, uno de
los focos luminosos de la cultura maya tuvo su sede en el occidente de Honduras,
Copán, abarcando parte del suroeste del país.
Verdad
es que a la fecha los estudios etnográficos están en pañales entre nosotros,
fuera de que se nota por ciertas toponimias, una serie de intromisiones, como
si estos pueblos hubiesen sido conquistados unos a otros, resultando de ello
que el estudio debe someterse a una escrupulosa observación. Desde luego, la
influencia mexicana en todas partes se nota, pero ésta es mayor hacia el sur,
pues los éxodos mexicas, eran costaneros, como si no interesasen penetrar al
corazón del país, o sea, que les interesaba más acortar la distancia, para sus
expediciones hacia el sur.
Aunque
puede asegurarse que existían colonias mexicanas por todo el territorio
nacional, como lo describe el padre Francisco Vásquez en su famosa crónica y
Hernán Cortés en sus Cartas y Relaciones.
Motivos
ignorados de seguro, han influido para que las viejas tradiciones, sobre todo
las de origen maya, se hayan perdido, y a estas horas nadie sepa ya los trozos
que el cronista indio de Guatemala salvó, como preciosidades de un pasado más
antiguo, en esa joya folklórica que se llama el Popol Vuh. En el occidente del
territorio se recuerdan las tradiciones de la teogonía maya y en todo el país
las mexicanas y chichimecas, fuera de las relativamente modernas y las de
puramente fuente vernáculas.
Uno
de los motivos a mi juicio, de semejante olvido, fueron las invasiones
desastrosas, de seguro las consumadas por tribus caribises, chichimecas o
vernáculas, como la de los lencas. Siendo estas corrientes migratorias tan
primitivas y salvajes, es de creerse que carecieran de los dulces frutos de la
leyenda. Quiero decir, por ejemplo, que los chichimecas eran tan rústicos, como
su nombre lo indica, que su poca literatura recordativa y folklórica, fue
posterior, cuando se inició su engrandecimiento en las orillas del lago
Pátzcuaro, en México, lo que quiere decir que sus tribus disgregadas, estaban
en un lamentable estado de atraso, sea que ellas hayan pasado por este país o
que posteriormente hayan venido en son de conquista, lo que no es remoto,
debido a las persistentes trazas filológicas tarascas, que he encontrado en
este territorio. Esto no es más que una simple conjetura.
Otro
de los motivos para que se hayan perdido las tradiciones verdaderamente
antiguas, es el poco estudio que de ellas se ha hecho, consultando las pocas
familias indias que las guardaron, hay que agregar que la devastación del
territorio en tiempo de la conquista fue grande por parte de los españoles,
ansiosos de recoger la mayor cantidad de oro y plata posibles. Las tribus
indias espantadas, se levantaron temerosas, buscando las cimas de las montañas
o diseminándose en diferentes sentidos. Datos cronistas del tiempo de la
colonia, afirman que la destrucción hecha aquí en Honduras, por los españoles,
fue considerable, ya que creyendo que este país era El Dorado, afanoso
pretendían reunir prontamente cuantiosas fortunas, fustigando a los indios que
temerosos hacían sus huacas. ¿No es esa una de tantas razones para que el tesoro
demopédico de antiguas civilizaciones haya desaparecido?
Pero
la despoblación del territorio se aumentó, para cuando las guerras de España e
Inglaterra trajeron a nuestras costas las horrorosas piraterías, cuyo
vandalismo aterrorizó a los pueblos, que para defenderse abandonaron las costas
y vecindades, lo que contribuyó en parte, para que las fuentes folklóricas a la
fecha se presenten perturbadas y escasas.
Las
incursiones de los salvajes zambos, hicieron mucho mal al orden colonial y
varios pueblos se destruyeron por esa causa y se alejaron hacia el interior,
donde la presencia de las autoridades era mayor garantía para sus vidas y
propiedades.
Luego
para que la leyenda, la fábula y la traición puedan brotar y conservarse,
formen un nido confortable; entonces con kilates de cultura superior, surge el
simbolismo trascendente o religioso y las deidades, en el cielo de lejanas
teogonías, tejen el delicioso velo de la leyenda.
La
historia tienen su entrañas oscuras y misteriosas: su calle infinita, desafía
la mirada penetrante del sabio, que en su mayéutica admirable, bebe en la ubre
de la noche del pasado, la tenue luz de la certidumbre, en ciertas mortecinas
estrellas que lucen en el fondo negro de lo pretérito. Esas estrellas
milagrosas que tachonan el cielo de lo desconocido de la humanidad, son la
tradición y la leyenda, ellas, como el final de las raíces de lo que
actualmente se sabe, tienen mucho de verdad y de grandioso simbolismo;
representan la fe como tributo a lo inexplicable, pero aún así entran en el
mundo de la ciencia y descansan en las profundas leyes naturales.
Ya,
desde otro punto de vista, a mi ver, la trama mítica tiene su fundamento, si no
puramente científico por lo menos filosófico, que es ciencia suprema y donde la
verdad tiene su puesto de honor, aunque sea sobre las engañosas bases de una
aparente falsedad.
En
efecto, no hay suceso en el mundo, por paradójico, extraordinario e ilógico que
parezca, que no quepa en el vaso universal de la verdad, tratando las cosas
bajo una lógica general, eterna, en el espacio y en el tiempo, para que
entonces los sueños que irradian su encanto desde las páginas de Las Mil y Una
noche, tengan el prestigio de una historia abreviada de la vida moderna y aún
una profecía de lo que más tarde será una realidad viviente, involucrada en la
vasta ley de la unidad de la materia.
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