jueves, 3 de mayo de 2012

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Cuarto Cuento... El Maleficio


El Maleficio

La esperó en una esquina, le tapó la boca con sus manos y la llevó a un monte cercano donde trató de violarla, acto que no pudo consumar por los gritos de la muchacha. Llegaron los vecinos, quienes capturaron a Samuel y lo entregaron a las autoridades Honduras

Sucedió en Valle de Ángeles, muy cerca de la ciudad de Tegucigalpa, en 1968. Ésta es la historia de una joven bonita de aquella comunidad a la que todos los hombres admiraban, pero había uno en particular que “le llevaba hambre”.

Se llamaba Sarita y su pretendiente correspondía al nombre de Samuel. Resulta que Samuel estaba obsesionado con la muchacha, aunque ella no le hacía caso, le aparecía en todas partes hasta que un día llegó a sentir miedo terrible cada vez que lo miraba. Una tarde, aquella obsesión de Samuel lo llevó a cometer un acto de violencia en contra de Sara.

La esperó en una esquina, le tapó la boca con sus manos y la llevó a un monte cercano donde trató de violarla, acto que no pudo consumar por los gritos de la muchacha. Llegaron los vecinos, quienes capturaron a Samuel y lo entregaron a las autoridades.

La indignación fue calmada por los agentes del orden público y cuando se llevaban a Samuel éste gritó: “Díganle a Sarita que aunque nunca sea mi mujer va a perder su virginidad con un animal”. Aquellas palabras causaron risa a los ahí presentes: “No cabe la menor duda de que ese hombre es un tonto”, “Los golpes que le pegamos lo dejaron más bruto de lo que es”, opinaron. Finalmente Samuel fue trasladado a la Penitenciaria Central de Tegucigalpa por la grave acusación que pesaba sobre él.

Una mañana Sara amaneció con deseos de vomitar, le dijo a su mamá que se sentía mal y la llevaron donde un médico. Luego de examinarla el doctor dijo que estaba sana y que posiblemente algo que había comido le provocó náuseas.

En los meses siguientes presentó todos los síntomas de una mujer embarazada, la barriga le iba creciendo y los vecinos comenzaron a murmurar. Nuevamente la llevaron a la clínica y el médico les explicó que la muchacha era virgen, que no estaba encinta. En los días subsiguientes fue examinada por varios médicos y el diagnostico fue el mismo: “Ella no había perdido su virginidad, no está embarazada”.

Una tía de Sarita que había llegado de San Juan de Flores manifestó que nadie iba a detectar el embarazo porque aquello era “un mal” que le habían hecho a su sobrina. Por consejos de un señor se trasladaron a Tegucigalpa en busca de una señora llamada María de la Paz, a quien conocí después de la curación de Sarita. Doña María llegó a mi oficina en ese tiempo yo trabajaba en Emisoras Unidas.

Ella sacó de un costal un bote grande que contenía el cuerpo de una tortuga sin caparazón y poco a poco me fue narrando lo sucedido en Valle de Ángeles. “Aquí están las pruebas don Jorge, ella perdió su virginidad con un animal, como lo había dicho Samuel, quien fue asesinado en la Penitenciaria Central y desde el penal le hizo la brujería. Como pude ver se trata de una tortuga y aunque la ciencia médica no lo acepte y muchas personas se burlen, el mal existe. Afortunadamente Sarita está bien, gracias a Dios yo serví humildemente para sacar el mal”, relató.

Doña María de la Paz falleció hace muchos años. Cuando conversamos me dio la impresión de ser una mujer fuerte, decidida, que no le tenía miedo a nada. El caso fue muy comentado en Valle de Ángeles y en todo el país cuando lo di a conocer por el programa radial “Cuentos y leyendas de Honduras”, aún hay personas que hacen la señal de la cruz para alejar el mal de sus vidas.

Hay quienes viven practicando brujerías para causarle daño a los demás, pero existen personas que se encargan de curar esos males, como aconteció con doña María.

Regresando al tema de la joven que fue víctima de la hechicería, podemos afirmar que en aquellos días cualquiera que miraba a Sara podría decir que estaba embarazada, pues algo se movía en su vientre como si fuera un bebé.

Los familiares de la muchacha estaban aterrados, no sabían qué hacer, los médicos y las parteras decían que no estaba embarazada pues era virgen y resultaba ridículo pensar que sin tener relaciones sexuales pudiera estar encinta. Don Zelaya, amigo de la familia, dijo claramente lo que sucedía: “Esta muchacha es víctima de una fuerte hechicería, yo conozco a la persona que la puede curar”.

Fue así que viajaron de Valle de Ángeles a la capital en busca de doña María, quien recibió a la madre de la muchacha y con la información proporcionada por ella le dijo: “ Ella va a perder su virginidad… ya veremos qué animal le pusieron en el vientre”.

Cuando la curandera llegó al Valle a una humilde vivienda hizo salir a todas las personas que ahí se encontraban y sólo permitió que la madre de Sara estuviera presente: “Vea lo que vea -dijo doña María-, oiga lo que oiga no vaya a gritar ni haga ruidos, es muy peligroso porque estas cosas son del demonio”.

A la ocho de la noche doña María le dio de beber a Sara un té de hierbas y poco después comenzaron los dolores de parto. La curandera colocó una paila llena de agua limpia al pie de la cama, los dolores continuaron hasta que finalmente Sara expulso una tortuga sin caparazón que cayó en la paila llena de agua, nadó unos minutos y luego se murió.

“Fue algo espantoso. La mamá se desmayó, la muchacha quiso ver lo que había echado y no se lo permití. Por fortuna, la gente humilde sabe obedecer y todos siguieron mis instrucciones. Quizás en este mundo existan quienes se rían de estas cosas y se burle, de ellas, pero el mal existe”, dijo doña María.

Una tarde llegó a mi oficina doña María a decirme que iba a despedirse porque pronto dejaría este mundo, pero que llevaba el recuerdo de nuestra amistad. Dos meses más tarde sus hijos me avisaron que había muerto de cáncer.

Tercer Cuento... El Anillo


El Anillo



Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia evangélica y la habían educado bajo las normas bíblicas. Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras de su inmenso amor por Jesucristo. 

A las cinco de la mañana comenzó el bullicio en las calles de Tegucigalpa. Don Francisco Espinoza se despedía de su esposa Doña Rosita con un cariñoso abrazo: “Cuida mucho a Leticia, ella es el tesoro más grande que nos ha dado Dios”, le dijo.

La pequeña niña era en verdad un tesoro para aquella familia adinerada de la capital. Don Chico, como llamaban cariñosamente al jefe de familia, era un hábil comerciante. Había logrado amasar una fortuna trabajando honestamente y cuando nació la niña fue todo un acontecimiento social.

Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia evangélica y la habían educado bajo las normas bíblicas. Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras de su inmenso amor por Jesucristo.

Era muy espiritual y sus compañeras de estudios se burlaban de ella cuando les predicaba, pero finalmente llegaron a respetarla y a consultarle cuando tenían problemas. “Que el espíritu Santo esté con ustedes todos los días de su vida”, les decía.

El clima era excelente, el sol brillaba con toda su intensidad sobre la capital. Leticia recorría las principales calles en compañía de su novio, un joven llamado Daniel, a quien conoció en la iglesia. Tomados de las manos llegaron a La Concordia, el parque maya más lindo de Centroamérica.

Una banda de palomas de Castilla se posó sobre los árboles cercanos y una a una fueron bajando al suelo cuando la muchacha comenzó a arrojarles granos de maicillo. Cuando las palomitas terminaron de comer, Daniel aprovechó la paz que reinaba en el parque para entregarle a su novia una cajita forrada con terciopelo rojo; al abrirla ella se quedó muda de asombro: era un bellísimo anillo de compromiso.

Doña Rosita y su hija esperaban ansiosas sentadas en el sofá de la amplia sala; una llave giró el pomo de la puerta y apareció don Francisco llegando de su trabajo. Al verlas tan serias preguntó: “¿Qué pasa aquí mujeres? ¿Por qué tanto misterio?”. Las dos se pusieron de pie y abrazaron al buen señor: “Mirá, papá, Daniel me juró su amor entregándome el anillo de compromiso”, dijo Leticia.

“Estamos muy felices”, expresó doña Rosita, “pronto fijaremos el día de la boda, ¿qué te parece?”. Abrazando a las dos mujeres con infinita ternura, don Francisco manifestó: “Gracias Señor, sabemos que el matrimonio es una bendición tuya y hoy llega a nuestro hogar”.

Acto seguido elevaron una oración de gracias. “Muéstrame bien ese anillo”, dijo don Chico. “¡Qué belleza hija! Cómo se ve que Daniel te ama, es una verdadera joya”. Mientras cenaban Leticia no dejaba de ver el hermoso anillo de brillantes, señal inequívoca de su compromiso matrimonial con aquel hombre que también amaba a Jesucristo. Estaba tan emocionada que al levantarse de la silla exclamó: “No lo puedo creer papá, me voy a casar con el hombre que Dios escogió para mí”.

En ese instante sucedió algo inesperado, la joven se puso pálida, temblorosa, sus padres se levantaron de sus asientos rápidamente en el instante en que ella estaba a punto de caer.

“Hija, ¿qué tienes? ¡Hija!... Dios santo, ¿qué es esto?”. Cuando el médico de la familia llegó de emergencia en una ambulancia no se pudo hacer nada, Leticia estaba muerta. Amigos, familiares y miembros de la iglesia acudieron a la vela de Leticia, sus ex compañeras de colegio y de universidad estaban ahí presentes lamentando lo sucedido. Daniel se culpaba. “Se emocionó tanto con ese anillo, yo tengo la culpa”, se reprochaba.

El sepelio se programó para las tres de la tarde del día siguiente. La joven se miraba tan linda en el ataúd, la mamá la había maquillado, le puso las manos sobre el pecho y en uno de sus dedos brillaba intensamente el anillo de compromiso. “¿Viste el anillo? Es de brillantes”, preguntó Dagoberto Urrutia. “Sí, ya lo vi”, contestó Mario Manzanares.

En el cementerio general hubo llanto y dolor, dos pastores religiosos hicieron uso de la palabra ponderando las virtudes de la difunta. La tarde llegó y al final todo quedó en silencio. Horas después, saltando sobre las tumbas del cementerio, dos hombres que llevaban palas y piochas llegaron hasta la tumba de Leticia y comenzaron a excavar. Pronto llegaron hasta el ataúd y lo subieron con lazos a la superficie, con desatornillador lograron abrir la tapa, admirando la belleza de la recién fallecida.

“El anillo, dijo Dagoberto, este anillo vale una fortuna”. “No se lo puedo quitar. ¿Qué hacemos?”, dijo el cómplice. “Aquí no hay de otra que cortarle el dedo para sacar el anillo, déjame eso a mí”. Cuando Dagoberto hirió con su navaja el dedo de la muerta, ésta abrió sus ojos. Con el pánico reflejado en sus rostros, los dos hombres quedaron petrificados. “Ayúdenme, sáquenme de aquí, se los suplico”, dijo Leticia.
Casi a la media noche tocaron a la puerta de la residencia de don Francisco.

Él y su esposa se levantaron presurosos, pensaban que se trataba de algún familiar que no había podido asistir a las honras fúnebres. Doña Rosita se desmayó al ver a su hija acompañada por aquellos hombres. Cuando la señora se recuperó se enteró de la extraña historia, se dieron cuenta que Leticia había sido víctima de un ataque catatónico, donde la víctima parece estar muerta.

Los ladrones no fueron denunciados y don Francisco los recompensó, habían salvado la vida de su hija. Extraña historia, ¿verdad? Todo lo relatado fue real y sucedió en Tegucigalpa en 1948.

Video de El Cadejo

Segundo Cuento.. El Cadejo


El Cadejo

 

Vení temprano le decía Juan a su padre que por sus largas borracheras no paraba en su casa ni de día, ni de noche. A lo cual contestaba este "hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi familia, madre que te engendró y padre respeto por Dios quiero yo".
Aburrido de estas palabras que a diario escuchaba, decidió darle un escarmiento, consiguió un cuero negro, varias cadenas de perro y se escondió a su espera.
Como siempre y de madrugada apareció su padre con tremenda borrachera, aprovechó Juan y poniéndose el cuero y sonando las cadenas quiso darle una lección.
"Por asustarme y contradecirme "cadejos" quedarás y a todos los borrachos del mundo en sus necesidades ayudarás".



Espeluznante y fantástico animal que la gente supersticiosa lo señala como un enorme perro, de ojos encendidos, de pelo muy largo y enmarañado, que desde tempranas horas de la noche salía a asustar a las personas, en especial a los que andaban en malos pasos o niños desobedientes, o a espantar caballos, gallinas y hacer otras diabluras más.
Según algunos vecinos del pueblo, era lo más tétrico y pavoroso que le podía haber sucedido a los que hubieran tenido ia mala suerte de ver a la más terrible de todas esas maléficas criaturas: el "Cadejos". Al perro negro y encantado que aparecía y desaparecía como obra de magia, arrastrando enormes e invisibles cadena? que se oían pero que no se veían, rechinando largos y puntiagudos colmillos y lanzando fuego por la boca, ojos y orejas. Las personas que tuvieron la mala suerte de verlo solían decir que era el verdadero Lucifer personificado en forma de perro.
Se cuenta también de que muchos hombres y muy valientes que se aventuraron a andar a deshoras de la noche, por las calles solitarias de San Juan del Murciélago de antaño, en más de una ocasión regresaron a sus casas "jadeando" de la carrera que les pegó el "espanto del Cadejos", con la vista casi torcida al revés, y además, todos "mojados" y "untados" por haber visto al maléfico perro negro.
Según los relatos que dan consistencia a la leyenda del Cadejos, este horrible perro negro es el resultado de una maldición. Transportándonos al pasado, veamos qué fue lo que sucedió:
Era una humilde familia; el marido solía con frecuencia emborracharse en las cantinas y, llegando a deshoras de la noche a su casa, hacía un escándalo tremendo. Sacaba la cruceta y amenazaba de muerte a todo aquel que se atreviera a ponerle la mano encima. Otras veces le pegaba salvajemente a su mujer por motivos realmente insignificantes. El hijo mayor de la familia decidió un día darle un buen susto cuando éste regresaba de sus andanzas nocturnas.
Se consiguió un cuero peludo y, cuando fue ya tarde de la noche, se dirigió hacia un punto oscuro y solitario del camino, por el cual tenía que pasar su padre de regreso a casa.
Y de veras, cuando distinguió la sombra del hombre que se acercaba, se puso el cuero peludo, luego avanzó de cuatro patas al encuentro de su padre, convertido en horrendo animal de ultratumba.
El resultado fue óptimo para el muchacho, pues su papá, al ver aquella aterradora aparición, casi le da un ataque del susto y corrió tan rápido alejándose de aquel lugar que parecía que los tantos años vividos ya no le pesaran.
La estremecedora aparición continuó sal iéndole al encuentro en el mismo paraje, cada vez que su papá regresaba de sus correrías nocturnas. Pero, a pesar de todos estos sustos, no lo hacía abandonar su mala conducta y mucho menos el vicio del licor.
Un buen día se le agotó la paciencia al hombre y dominado el miedo que aquella espeluznante aparición le producía, levantó la cruceta para disponerse a hacer un picadillo a cuchilladas al espanto, pero cuando ya iba a asestar el primer golpe mortal, escuchó !a voz de su hijo que muy temeroso le gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que no lo matara.
El padre, al constatar que aquel hijo lo había hecho objeto de burla y de tan horrenda broma, profirió una maldición al muchacho: "De cuatro patas andarás toda la vida". La maldición se cumplió y aquel hijo se convirtió en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo es tanto con su negrura.
Esa fue la maldición por haber asustado a su padre: pasaría él a ser el Cadejos, para horror de la gente: ese perro de apariencia pavorosa, capaz de erizarle el pelo al más pintado.
Nunca se ha sabido que este espanto haya atacado a nadie. Al contrario, muchos supersticiosos aseguran que más bien suele acompañar a los solitarios caminantes para defenderlos del peligro. Aunque la tradición advierte, sin embargo , que si alguien intenta golpear a este perro en tinieblas, éste aumentará de tamaño, ligero se enfurecerá y el atrevido corre seno peligro de una agresión.

¿Será cierto o no la anterior versión?
Le será fácil a aquel que quisiera averiguarlo. Todo es encontrarse con el Cadejos, en las calles oscuras de San Juan del Murciélago.
Relato hecho por: Nelly Peña

"Tiene un orígen vulgar pero con la edad va cogiendo prestigio y decoro".
"Fue el tercer hijo varón parrandero y vago de un gamonal de Escazú.
Siempre hechado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se escabullía a parrandear. El padre furioso, y los hermanos no mucho menos, le llevaron casi a la fuerza al monte, a "tapar" frijoles. Apenas llegó a la finca se echó a sestear. Entonces ocurrió: el padre le maldijo:"Echado y a cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos, amén". Y súbitamente se transformó en ese perro grande, adusto, flaco, erizo que trota al lado de los parranderos que viven lejos y les acompaña con su trotecillo ligero, triste y advertidor".
"¿No has oído su aullido venteando la muerte entre los alarmantes cipreses de los cementerios aldeanos? El oye el pasar de las almas que se van, el vuelo de las prófugas del purgatorio y el aletear del Angel del Misterio".

Video de La Sucia

Primer Cuento... La Sucia

A continuaciòn se le presentan una serie de cuentos Hondureños:

La Sucia

La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida...

LA Ciguanaba es una mujer que sale casi desvestida a la orilla del río. También se le conoce con el nombre de la Sucia en todo el país. Esta mujer ha enloquecido durante muchos años a miles de hombres y especialmente a los enamorados. Hay quien afirma que la Sucia le salió columpiándose en unos bejucos en lo más espeso de la montaña o que la vieron corriendo en medio de una milpa. No toda la gente la conoce como Ciguanaba o la Sucia. También la llaman la Cegua en algunos pueblos del norte del país, como Trujillo, La Ceiba, Puerto Lempira y Omoa.

La gente que vive a la orilla del mar asegura que la Cegua se pasea por las playas en las noches de luna en busca de algún enamorado. La Cegua, decía el Negro Güity, es una mujer de cuerpo bellísimo, caderas cimbreantes como palo de coco. Su pelo negro, liso y largo brilla mucho... La vi una vez, señor Montenegro. Ahí por donde ve esas champas pasó la Cegua. Me entró un miedo que hasta me oriné en los pantalones. Viera qué jodida me llevé. Por suerte no le vi la cara porque ahí nomás me cago.

Las ánimas es un pueblo pintoresco en la jurisdicción de Danlí, departamento de El Paraíso.
Por el sitio donde está, da la impresión de que quien le puso ese nombre sabía lo que estaba diciendo. Hace muchos años, la carretera era angosta y peligrosa, a tal grado que quienes viajaban por la zona decían que les parecía estar bajando al mismísimo infierno. José García, vecino de Tegucigalpa, se dedicaba a la venta de pañuelos, perfumes, ganchos, prendedores, toallas, cobijas y otros artículos. Recorría todos los pueblos del país para ganarse la vida de esa forma.

Le informaron que en Las ánimas había mucha gente que podía comprar sus productos y, sin pensarlo dos veces, se subió en una baronesa, el único medio de transporte en aquellos tiempos, con la esperanza de hacer buenos negocios en aquel lugar. A la mitad del camino se había arrepentido de hacer el viaje. Llevaba el estómago revuelto por los grandes saltos de la baronesa. Con tanto polvo que cubría su cuerpo, parecía ratón de panadería.

Al fin llegaron a Las ánimas. La gente corrió a encontrar a los pasajeros reclamando los encargos y José comprendió que no había por qué arrepentirse de haber viajado a Las ánimas.
Consiguió alojamiento con facilidad y al llegar la tarde anduvo vendiendo de casa en casa. Estaba a punto de terminar la mercadería cuando se le ocurrió tocar la puerta de una casa.
Salió a abrirle una muchacha de 18 años que le causó una tremenda impresión: inolvidable, jamás en su vida había visto a una mujer tan bella. La joven lo hizo pasar adelante sin dejar de regalarle su bella sonrisa. José se puso tartamudo cuando comenzó a mostrarle parte de la mercadería que le había quedado.

Disculpe mi to… tor… peza… este… digo… yo… pues… ¿cómo se llama usted? La bella joven, sin perder su agradable sonrisa, contestó: Me llamo Amparo, y usted ¿cómo se llama? José le dio su nombre y después de aquella presentación quedó perdidamente enamorado de Amparo. Le regaló un perfume, una toalla y unos aretes, se despidió nerviosamente y le prometió que regresaría la siguiente semana con mejores artículos.

Al despedirse, ella le apretó coquetonamente la mano diciéndole adiós. Inmediatamente, el vendedor pensó: “Si no me la consigo es que soy papo”. Llegó la noche y José se dedicó a recorrer las calles amplias de aquel pueblo llamado Las ánimas. En una esquina entabló conversación con unos jóvenes que hablaban de mujeres.

José les contó algunas de sus experiencias amorosas, dejando con la boca abierta a sus interlocutores. “Usted sí es un hombre de mundo por lo que nos cuenta. Díganos, ¿cuesta mucho conseguir a una mujer en la ciudad?. José, como un experimentado galán, respondió: A veces. Lo esencial es tener verbo, saber hablar. Ya me ven aquí medio feo, pero les aseguro que he conseguido más mujeres que los hombres guapos.

Pero ustedes son dejados porque hoy conocí a una muchacha que se llama Amparo, que vive allá, en aquella casa. Mmm... qué mujer más linda y nadie se la tira.

Los muchachos se rieron. Es que es una creída. No tarda en salir a dar una vuelta sólo para picarnos. Es pícara, coqueta, pero como nadie se atreve a hablarle. Con aquellas palabras, José pensó que si ella salía tendría la oportunidad de decirle lo que ya sentía su corazón.

Se despidió del grupo y cautelosamente buscó las sombras. Se paró en una esquina esperando que Amparo saliera. No tuvo que esperar mucho. En ese momento la joven pasó cerca de él con su hermoso pelo extendido. José no se pudo contener y al caminar detrás de ella le gritó: ¡Amparo, Amparito! No camine tan rápido. Sshhhh. Espéreme. Salieron del pueblo y José no se dio cuenta. Le interesaba más que la mujer lo esperara que averiguar si estaban o no en las últimas casas. Ella se desvió a la derecha, seguida por su enamorado. José corrió hasta darle alcance y agarrándola del pelo exclamó: “¡Es mucha papada la suya, Amparito, con los hombres no se juega!

Al hacer que ella se diera la vuelta, casi se desmaya del susto. No era Amparito, como él creía. Era una mujer horrible con el pecho descubierto. El espanto lanzó una terrible carcajada que resonó en las montañas, haciendo huir a los animales nocturnos “¿Quieres una mujer? Aquí estoy, desgraciado, toma tu teta… toma tu teta que soy tu nana, ja, ja, ja, ja, ja. José, al verse perseguido por la monstruosa mujer, lanzó un grito aterrador que fue escuchado por todos los habitantes de Las ánimas.

La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida. Un doctor en Danlí lo asistió. No cabe la menor duda de que le salió la Sucia, como ha sucedido con otros enamorados.