jueves, 3 de mayo de 2012
Cuarto Cuento... El Maleficio
El Maleficio
La esperó en una
esquina, le tapó la boca con sus manos y la llevó a un monte cercano donde
trató de violarla, acto que no pudo consumar por los gritos de la muchacha.
Llegaron los vecinos, quienes capturaron a Samuel y lo entregaron a las
autoridades Honduras
Sucedió en Valle de Ángeles, muy cerca de la
ciudad de Tegucigalpa, en 1968. Ésta es la historia de una joven bonita de
aquella comunidad a la que todos los hombres admiraban, pero había uno en
particular que “le llevaba hambre”.
Se llamaba Sarita y su pretendiente correspondía al nombre de Samuel. Resulta
que Samuel estaba obsesionado con la muchacha, aunque ella no le hacía caso, le
aparecía en todas partes hasta que un día llegó a sentir miedo terrible cada
vez que lo miraba. Una tarde, aquella obsesión de Samuel lo llevó a cometer un
acto de violencia en contra de Sara.
La esperó en una esquina, le tapó la boca con sus manos y la llevó a un monte
cercano donde trató de violarla, acto que no pudo consumar por los gritos de la
muchacha. Llegaron los vecinos, quienes capturaron a Samuel y lo entregaron a
las autoridades.
La indignación fue calmada por los agentes del orden público y cuando se
llevaban a Samuel éste gritó: “Díganle a Sarita que aunque nunca sea mi mujer
va a perder su virginidad con un animal”. Aquellas palabras causaron risa a los
ahí presentes: “No cabe la menor duda de que ese hombre es un tonto”, “Los
golpes que le pegamos lo dejaron más bruto de lo que es”, opinaron. Finalmente
Samuel fue trasladado a la Penitenciaria Central de Tegucigalpa por la grave
acusación que pesaba sobre él.
Una mañana Sara amaneció con deseos de vomitar, le dijo a su mamá que se sentía
mal y la llevaron donde un médico. Luego de examinarla el doctor dijo que
estaba sana y que posiblemente algo que había comido le provocó náuseas.
En los meses siguientes presentó todos los síntomas de una mujer embarazada, la
barriga le iba creciendo y los vecinos comenzaron a murmurar. Nuevamente la
llevaron a la clínica y el médico les explicó que la muchacha era virgen, que
no estaba encinta. En los días subsiguientes fue examinada por varios médicos y
el diagnostico fue el mismo: “Ella no había perdido su virginidad, no está
embarazada”.
Una tía de Sarita que había llegado de San Juan de Flores manifestó que nadie
iba a detectar el embarazo porque aquello era “un mal” que le habían hecho a su
sobrina. Por consejos de un señor se trasladaron a Tegucigalpa en busca de una
señora llamada María de la Paz, a quien conocí después de la curación de
Sarita. Doña María llegó a mi oficina en ese tiempo yo trabajaba en Emisoras
Unidas.
Ella sacó de un costal un bote grande que contenía el cuerpo de una tortuga sin
caparazón y poco a poco me fue narrando lo sucedido en Valle de Ángeles. “Aquí
están las pruebas don Jorge, ella perdió su virginidad con un animal, como lo
había dicho Samuel, quien fue asesinado en la Penitenciaria Central y desde el
penal le hizo la brujería. Como pude ver se trata de una tortuga y aunque la
ciencia médica no lo acepte y muchas personas se burlen, el mal existe.
Afortunadamente Sarita está bien, gracias a Dios yo serví humildemente para
sacar el mal”, relató.
Doña María de la Paz falleció hace muchos años. Cuando conversamos me dio la
impresión de ser una mujer fuerte, decidida, que no le tenía miedo a nada. El
caso fue muy comentado en Valle de Ángeles y en todo el país cuando lo di a
conocer por el programa radial “Cuentos y leyendas de Honduras”, aún hay
personas que hacen la señal de la cruz para alejar el mal de sus vidas.
Hay quienes viven practicando brujerías para causarle daño a los demás, pero
existen personas que se encargan de curar esos males, como aconteció con doña
María.
Regresando al tema de la joven que fue víctima de la hechicería, podemos
afirmar que en aquellos días cualquiera que miraba a Sara podría decir que
estaba embarazada, pues algo se movía en su vientre como si fuera un bebé.
Los familiares de la muchacha estaban aterrados, no sabían qué hacer, los
médicos y las parteras decían que no estaba embarazada pues era virgen y
resultaba ridículo pensar que sin tener relaciones sexuales pudiera estar
encinta. Don Zelaya, amigo de la familia, dijo claramente lo que sucedía: “Esta
muchacha es víctima de una fuerte hechicería, yo conozco a la persona que la
puede curar”.
Fue así que viajaron de Valle de Ángeles a la capital en busca de doña María,
quien recibió a la madre de la muchacha y con la información proporcionada por
ella le dijo: “ Ella va a perder su virginidad… ya veremos qué animal le
pusieron en el vientre”.
Cuando la curandera llegó al Valle a una humilde vivienda hizo salir a todas
las personas que ahí se encontraban y sólo permitió que la madre de Sara
estuviera presente: “Vea lo que vea -dijo doña María-, oiga lo que oiga no vaya
a gritar ni haga ruidos, es muy peligroso porque estas cosas son del demonio”.
A la ocho de la noche doña María le dio de beber a Sara un té de hierbas y poco
después comenzaron los dolores de parto. La curandera colocó una paila llena de
agua limpia al pie de la cama, los dolores continuaron hasta que finalmente
Sara expulso una tortuga sin caparazón que cayó en la paila llena de agua, nadó
unos minutos y luego se murió.
“Fue algo espantoso. La mamá se desmayó, la muchacha quiso ver lo que había
echado y no se lo permití. Por fortuna, la gente humilde sabe obedecer y todos
siguieron mis instrucciones. Quizás en este mundo existan quienes se rían de
estas cosas y se burle, de ellas, pero el mal existe”, dijo doña María.
Una tarde llegó a mi oficina doña María a decirme que iba a despedirse porque
pronto dejaría este mundo, pero que llevaba el recuerdo de nuestra amistad. Dos
meses más tarde sus hijos me avisaron que había muerto de cáncer.
Tercer Cuento... El Anillo
Leticia fue creciendo, sus padres eran
miembros de la iglesia evangélica y la habían educado bajo las normas bíblicas.
Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras de su inmenso
amor por Jesucristo.
La pequeña niña era en verdad un tesoro para aquella familia adinerada de la capital. Don Chico, como llamaban cariñosamente al jefe de familia, era un hábil comerciante. Había logrado amasar una fortuna trabajando honestamente y cuando nació la niña fue todo un acontecimiento social.
Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia evangélica y la habían educado bajo las normas bíblicas. Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras de su inmenso amor por Jesucristo.
Era muy espiritual y sus compañeras de estudios se burlaban de ella cuando les predicaba, pero finalmente llegaron a respetarla y a consultarle cuando tenían problemas. “Que el espíritu Santo esté con ustedes todos los días de su vida”, les decía.
El clima era excelente, el sol brillaba con toda su intensidad sobre la capital. Leticia recorría las principales calles en compañía de su novio, un joven llamado Daniel, a quien conoció en la iglesia. Tomados de las manos llegaron a La Concordia, el parque maya más lindo de Centroamérica.
Una banda de palomas de Castilla se posó sobre los árboles cercanos y una a una fueron bajando al suelo cuando la muchacha comenzó a arrojarles granos de maicillo. Cuando las palomitas terminaron de comer, Daniel aprovechó la paz que reinaba en el parque para entregarle a su novia una cajita forrada con terciopelo rojo; al abrirla ella se quedó muda de asombro: era un bellísimo anillo de compromiso.
Doña Rosita y su hija esperaban ansiosas sentadas en el sofá de la amplia sala; una llave giró el pomo de la puerta y apareció don Francisco llegando de su trabajo. Al verlas tan serias preguntó: “¿Qué pasa aquí mujeres? ¿Por qué tanto misterio?”. Las dos se pusieron de pie y abrazaron al buen señor: “Mirá, papá, Daniel me juró su amor entregándome el anillo de compromiso”, dijo Leticia.
“Estamos muy felices”, expresó doña Rosita, “pronto fijaremos el día de la boda, ¿qué te parece?”. Abrazando a las dos mujeres con infinita ternura, don Francisco manifestó: “Gracias Señor, sabemos que el matrimonio es una bendición tuya y hoy llega a nuestro hogar”.
Acto seguido elevaron una oración de gracias. “Muéstrame bien ese anillo”, dijo don Chico. “¡Qué belleza hija! Cómo se ve que Daniel te ama, es una verdadera joya”. Mientras cenaban Leticia no dejaba de ver el hermoso anillo de brillantes, señal inequívoca de su compromiso matrimonial con aquel hombre que también amaba a Jesucristo. Estaba tan emocionada que al levantarse de la silla exclamó: “No lo puedo creer papá, me voy a casar con el hombre que Dios escogió para mí”.
En ese instante sucedió algo inesperado, la joven se puso pálida, temblorosa, sus padres se levantaron de sus asientos rápidamente en el instante en que ella estaba a punto de caer.
“Hija, ¿qué tienes? ¡Hija!... Dios santo, ¿qué es esto?”. Cuando el médico de la familia llegó de emergencia en una ambulancia no se pudo hacer nada, Leticia estaba muerta. Amigos, familiares y miembros de la iglesia acudieron a la vela de Leticia, sus ex compañeras de colegio y de universidad estaban ahí presentes lamentando lo sucedido. Daniel se culpaba. “Se emocionó tanto con ese anillo, yo tengo la culpa”, se reprochaba.
El sepelio se programó para las tres de la tarde del día siguiente. La joven se miraba tan linda en el ataúd, la mamá la había maquillado, le puso las manos sobre el pecho y en uno de sus dedos brillaba intensamente el anillo de compromiso. “¿Viste el anillo? Es de brillantes”, preguntó Dagoberto Urrutia. “Sí, ya lo vi”, contestó Mario Manzanares.
En el cementerio general hubo llanto y dolor, dos pastores religiosos hicieron uso de la palabra ponderando las virtudes de la difunta. La tarde llegó y al final todo quedó en silencio. Horas después, saltando sobre las tumbas del cementerio, dos hombres que llevaban palas y piochas llegaron hasta la tumba de Leticia y comenzaron a excavar. Pronto llegaron hasta el ataúd y lo subieron con lazos a la superficie, con desatornillador lograron abrir la tapa, admirando la belleza de la recién fallecida.
“El anillo, dijo Dagoberto, este anillo vale una fortuna”. “No se lo puedo quitar. ¿Qué hacemos?”, dijo el cómplice. “Aquí no hay de otra que cortarle el dedo para sacar el anillo, déjame eso a mí”. Cuando Dagoberto hirió con su navaja el dedo de la muerta, ésta abrió sus ojos. Con el pánico reflejado en sus rostros, los dos hombres quedaron petrificados. “Ayúdenme, sáquenme de aquí, se los suplico”, dijo Leticia.
Casi a la media noche tocaron a la puerta de la residencia de don Francisco.
Él y su esposa se levantaron presurosos, pensaban que se trataba de algún familiar que no había podido asistir a las honras fúnebres. Doña Rosita se desmayó al ver a su hija acompañada por aquellos hombres. Cuando la señora se recuperó se enteró de la extraña historia, se dieron cuenta que Leticia había sido víctima de un ataque catatónico, donde la víctima parece estar muerta.
Los ladrones no fueron denunciados y don Francisco los recompensó, habían salvado la vida de su hija. Extraña historia, ¿verdad? Todo lo relatado fue real y sucedió en Tegucigalpa en 1948.
Segundo Cuento.. El Cadejo
El Cadejo
Vení temprano le decía Juan a su padre que por sus
largas borracheras no paraba en su casa ni de día, ni de noche. A lo cual contestaba
este "hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi familia, madre que te
engendró y padre respeto por Dios quiero yo".
Aburrido de estas palabras que a diario escuchaba,
decidió darle un escarmiento, consiguió un cuero negro, varias cadenas de perro
y se escondió a su espera.
Como siempre y de madrugada apareció su padre con
tremenda borrachera, aprovechó Juan y poniéndose el cuero y sonando las cadenas
quiso darle una lección.
"Por asustarme y contradecirme
"cadejos" quedarás y a todos los borrachos del mundo en sus
necesidades ayudarás".
Espeluznante y fantástico animal que la gente
supersticiosa lo señala como un enorme perro, de ojos encendidos, de pelo muy
largo y enmarañado, que desde tempranas horas de la noche salía a asustar a las
personas, en especial a los que andaban en malos pasos o niños desobedientes, o
a espantar caballos, gallinas y hacer otras diabluras más.
Según algunos vecinos del pueblo, era lo más tétrico y
pavoroso que le podía haber sucedido a los que hubieran tenido ia mala suerte
de ver a la más terrible de todas esas maléficas criaturas: el
"Cadejos". Al perro negro y encantado que aparecía y desaparecía como
obra de magia, arrastrando enormes e invisibles cadena? que se oían pero que no
se veían, rechinando largos y puntiagudos colmillos y lanzando fuego por la
boca, ojos y orejas. Las personas que tuvieron la mala suerte de verlo solían
decir que era el verdadero Lucifer personificado en forma de perro.
Se cuenta también de que muchos hombres y muy
valientes que se aventuraron a andar a deshoras de la noche, por las calles
solitarias de San Juan del Murciélago de antaño, en más de una ocasión
regresaron a sus casas "jadeando" de la carrera que les pegó el
"espanto del Cadejos", con la vista casi torcida al revés, y además,
todos "mojados" y "untados" por haber visto al maléfico
perro negro.
Según los relatos que dan consistencia a la leyenda
del Cadejos, este horrible perro negro es el resultado de una maldición.
Transportándonos al pasado, veamos qué fue lo que sucedió:
Era una humilde familia; el marido solía con
frecuencia emborracharse en las cantinas y, llegando a deshoras de la noche a
su casa, hacía un escándalo tremendo. Sacaba la cruceta y amenazaba de muerte a
todo aquel que se atreviera a ponerle la mano encima. Otras veces le pegaba
salvajemente a su mujer por motivos realmente insignificantes. El hijo mayor de
la familia decidió un día darle un buen susto cuando éste regresaba de sus
andanzas nocturnas.
Se consiguió un cuero peludo y, cuando fue ya tarde de
la noche, se dirigió hacia un punto oscuro y solitario del camino, por el cual
tenía que pasar su padre de regreso a casa.
Y de veras, cuando distinguió la sombra del hombre que
se acercaba, se puso el cuero peludo, luego avanzó de cuatro patas al encuentro
de su padre, convertido en horrendo animal de ultratumba.
El resultado fue óptimo para el muchacho, pues su
papá, al ver aquella aterradora aparición, casi le da un ataque del susto y
corrió tan rápido alejándose de aquel lugar que parecía que los tantos años
vividos ya no le pesaran.
La estremecedora aparición continuó sal iéndole al
encuentro en el mismo paraje, cada vez que su papá regresaba de sus correrías
nocturnas. Pero, a pesar de todos estos sustos, no lo hacía abandonar su mala
conducta y mucho menos el vicio del licor.
Un buen día se le agotó la paciencia al hombre y
dominado el miedo que aquella espeluznante aparición le producía, levantó la
cruceta para disponerse a hacer un picadillo a cuchilladas al espanto, pero
cuando ya iba a asestar el primer golpe mortal, escuchó !a voz de su hijo que
muy temeroso le gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que
no lo matara.
El padre, al constatar que aquel hijo lo había hecho
objeto de burla y de tan horrenda broma, profirió una maldición al muchacho:
"De cuatro patas andarás toda la vida". La maldición se cumplió y
aquel hijo se convirtió en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo
es tanto con su negrura.
Esa fue la maldición por haber asustado a su padre:
pasaría él a ser el Cadejos, para horror de la gente: ese perro de apariencia
pavorosa, capaz de erizarle el pelo al más pintado.
Nunca se ha sabido que este espanto haya atacado a
nadie. Al contrario, muchos supersticiosos aseguran que más bien suele
acompañar a los solitarios caminantes para defenderlos del peligro. Aunque la
tradición advierte, sin embargo , que si alguien intenta golpear a este perro
en tinieblas, éste aumentará de tamaño, ligero se enfurecerá y el atrevido
corre seno peligro de una agresión.
¿Será cierto o no la anterior versión?
Le será fácil a aquel que quisiera averiguarlo. Todo
es encontrarse con el Cadejos, en las calles oscuras de San Juan del
Murciélago.
Relato hecho por: Nelly Peña
"Tiene un orígen vulgar pero con la edad va
cogiendo prestigio y decoro".
"Fue el tercer hijo varón parrandero y vago de un
gamonal de Escazú.
Siempre hechado de día, en las noches envolvía un yugo
en cobijas, lo ponía en la cama y se escabullía a parrandear. El padre furioso,
y los hermanos no mucho menos, le llevaron casi a la fuerza al monte, a
"tapar" frijoles. Apenas llegó a la finca se echó a sestear. Entonces
ocurrió: el padre le maldijo:"Echado y a cuatro patas seguirás por los
siglos de los siglos, amén". Y súbitamente se transformó en ese perro
grande, adusto, flaco, erizo que trota al lado de los parranderos que viven
lejos y les acompaña con su trotecillo ligero, triste y advertidor".
"¿No has oído su aullido venteando la muerte
entre los alarmantes cipreses de los cementerios aldeanos? El oye el pasar de
las almas que se van, el vuelo de las prófugas del purgatorio y el aletear del
Angel del Misterio".
Primer Cuento... La Sucia
A continuaciòn se le presentan una serie de cuentos Hondureños:
La gente que vive a la orilla del mar asegura que la Cegua se pasea por las playas en las noches de luna en busca de algún enamorado. La Cegua, decía el Negro Güity, es una mujer de cuerpo bellísimo, caderas cimbreantes como palo de coco. Su pelo negro, liso y largo brilla mucho... La vi una vez, señor Montenegro. Ahí por donde ve esas champas pasó la Cegua. Me entró un miedo que hasta me oriné en los pantalones. Viera qué jodida me llevé. Por suerte no le vi la cara porque ahí nomás me cago.
Las ánimas es un pueblo pintoresco en la jurisdicción de Danlí, departamento de El Paraíso.
Por el sitio donde está, da la impresión de que quien le puso ese nombre sabía lo que estaba diciendo. Hace muchos años, la carretera era angosta y peligrosa, a tal grado que quienes viajaban por la zona decían que les parecía estar bajando al mismísimo infierno. José García, vecino de Tegucigalpa, se dedicaba a la venta de pañuelos, perfumes, ganchos, prendedores, toallas, cobijas y otros artículos. Recorría todos los pueblos del país para ganarse la vida de esa forma.
Le informaron que en Las ánimas había mucha gente que podía comprar sus productos y, sin pensarlo dos veces, se subió en una baronesa, el único medio de transporte en aquellos tiempos, con la esperanza de hacer buenos negocios en aquel lugar. A la mitad del camino se había arrepentido de hacer el viaje. Llevaba el estómago revuelto por los grandes saltos de la baronesa. Con tanto polvo que cubría su cuerpo, parecía ratón de panadería.
Al fin llegaron a Las ánimas. La gente corrió a encontrar a los pasajeros reclamando los encargos y José comprendió que no había por qué arrepentirse de haber viajado a Las ánimas.
Consiguió alojamiento con facilidad y al llegar la tarde anduvo vendiendo de casa en casa. Estaba a punto de terminar la mercadería cuando se le ocurrió tocar la puerta de una casa.
Salió a abrirle una muchacha de 18 años que le causó una tremenda impresión: inolvidable, jamás en su vida había visto a una mujer tan bella. La joven lo hizo pasar adelante sin dejar de regalarle su bella sonrisa. José se puso tartamudo cuando comenzó a mostrarle parte de la mercadería que le había quedado.
Disculpe mi to… tor… peza… este… digo… yo… pues… ¿cómo se llama usted? La bella joven, sin perder su agradable sonrisa, contestó: Me llamo Amparo, y usted ¿cómo se llama? José le dio su nombre y después de aquella presentación quedó perdidamente enamorado de Amparo. Le regaló un perfume, una toalla y unos aretes, se despidió nerviosamente y le prometió que regresaría la siguiente semana con mejores artículos.
Al despedirse, ella le apretó coquetonamente la mano diciéndole adiós. Inmediatamente, el vendedor pensó: “Si no me la consigo es que soy papo”. Llegó la noche y José se dedicó a recorrer las calles amplias de aquel pueblo llamado Las ánimas. En una esquina entabló conversación con unos jóvenes que hablaban de mujeres.
José les contó algunas de sus experiencias amorosas, dejando con la boca abierta a sus interlocutores. “Usted sí es un hombre de mundo por lo que nos cuenta. Díganos, ¿cuesta mucho conseguir a una mujer en la ciudad?. José, como un experimentado galán, respondió: A veces. Lo esencial es tener verbo, saber hablar. Ya me ven aquí medio feo, pero les aseguro que he conseguido más mujeres que los hombres guapos.
Pero ustedes son dejados porque hoy conocí a una muchacha que se llama Amparo, que vive allá, en aquella casa. Mmm... qué mujer más linda y nadie se la tira.
Los muchachos se rieron. Es que es una creída. No tarda en salir a dar una vuelta sólo para picarnos. Es pícara, coqueta, pero como nadie se atreve a hablarle. Con aquellas palabras, José pensó que si ella salía tendría la oportunidad de decirle lo que ya sentía su corazón.
Se despidió del grupo y cautelosamente buscó las sombras. Se paró en una esquina esperando que Amparo saliera. No tuvo que esperar mucho. En ese momento la joven pasó cerca de él con su hermoso pelo extendido. José no se pudo contener y al caminar detrás de ella le gritó: ¡Amparo, Amparito! No camine tan rápido. Sshhhh. Espéreme. Salieron del pueblo y José no se dio cuenta. Le interesaba más que la mujer lo esperara que averiguar si estaban o no en las últimas casas. Ella se desvió a la derecha, seguida por su enamorado. José corrió hasta darle alcance y agarrándola del pelo exclamó: “¡Es mucha papada la suya, Amparito, con los hombres no se juega!
Al hacer que ella se diera la vuelta, casi se desmaya del susto. No era Amparito, como él creía. Era una mujer horrible con el pecho descubierto. El espanto lanzó una terrible carcajada que resonó en las montañas, haciendo huir a los animales nocturnos “¿Quieres una mujer? Aquí estoy, desgraciado, toma tu teta… toma tu teta que soy tu nana, ja, ja, ja, ja, ja. José, al verse perseguido por la monstruosa mujer, lanzó un grito aterrador que fue escuchado por todos los habitantes de Las ánimas.
La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida. Un doctor en Danlí lo asistió. No cabe la menor duda de que le salió la Sucia, como ha sucedido con otros enamorados.
La Sucia
La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida...
LA Ciguanaba es una mujer que sale casi desvestida a la orilla del río. También se le conoce con el nombre de la Sucia en todo el país. Esta mujer ha enloquecido durante muchos años a miles de hombres y especialmente a los enamorados. Hay quien afirma que la Sucia le salió columpiándose en unos bejucos en lo más espeso de la montaña o que la vieron corriendo en medio de una milpa. No toda la gente la conoce como Ciguanaba o la Sucia. También la llaman la Cegua en algunos pueblos del norte del país, como Trujillo, La Ceiba, Puerto Lempira y Omoa.La gente que vive a la orilla del mar asegura que la Cegua se pasea por las playas en las noches de luna en busca de algún enamorado. La Cegua, decía el Negro Güity, es una mujer de cuerpo bellísimo, caderas cimbreantes como palo de coco. Su pelo negro, liso y largo brilla mucho... La vi una vez, señor Montenegro. Ahí por donde ve esas champas pasó la Cegua. Me entró un miedo que hasta me oriné en los pantalones. Viera qué jodida me llevé. Por suerte no le vi la cara porque ahí nomás me cago.
Las ánimas es un pueblo pintoresco en la jurisdicción de Danlí, departamento de El Paraíso.
Por el sitio donde está, da la impresión de que quien le puso ese nombre sabía lo que estaba diciendo. Hace muchos años, la carretera era angosta y peligrosa, a tal grado que quienes viajaban por la zona decían que les parecía estar bajando al mismísimo infierno. José García, vecino de Tegucigalpa, se dedicaba a la venta de pañuelos, perfumes, ganchos, prendedores, toallas, cobijas y otros artículos. Recorría todos los pueblos del país para ganarse la vida de esa forma.
Le informaron que en Las ánimas había mucha gente que podía comprar sus productos y, sin pensarlo dos veces, se subió en una baronesa, el único medio de transporte en aquellos tiempos, con la esperanza de hacer buenos negocios en aquel lugar. A la mitad del camino se había arrepentido de hacer el viaje. Llevaba el estómago revuelto por los grandes saltos de la baronesa. Con tanto polvo que cubría su cuerpo, parecía ratón de panadería.
Al fin llegaron a Las ánimas. La gente corrió a encontrar a los pasajeros reclamando los encargos y José comprendió que no había por qué arrepentirse de haber viajado a Las ánimas.
Consiguió alojamiento con facilidad y al llegar la tarde anduvo vendiendo de casa en casa. Estaba a punto de terminar la mercadería cuando se le ocurrió tocar la puerta de una casa.
Salió a abrirle una muchacha de 18 años que le causó una tremenda impresión: inolvidable, jamás en su vida había visto a una mujer tan bella. La joven lo hizo pasar adelante sin dejar de regalarle su bella sonrisa. José se puso tartamudo cuando comenzó a mostrarle parte de la mercadería que le había quedado.
Disculpe mi to… tor… peza… este… digo… yo… pues… ¿cómo se llama usted? La bella joven, sin perder su agradable sonrisa, contestó: Me llamo Amparo, y usted ¿cómo se llama? José le dio su nombre y después de aquella presentación quedó perdidamente enamorado de Amparo. Le regaló un perfume, una toalla y unos aretes, se despidió nerviosamente y le prometió que regresaría la siguiente semana con mejores artículos.
Al despedirse, ella le apretó coquetonamente la mano diciéndole adiós. Inmediatamente, el vendedor pensó: “Si no me la consigo es que soy papo”. Llegó la noche y José se dedicó a recorrer las calles amplias de aquel pueblo llamado Las ánimas. En una esquina entabló conversación con unos jóvenes que hablaban de mujeres.
José les contó algunas de sus experiencias amorosas, dejando con la boca abierta a sus interlocutores. “Usted sí es un hombre de mundo por lo que nos cuenta. Díganos, ¿cuesta mucho conseguir a una mujer en la ciudad?. José, como un experimentado galán, respondió: A veces. Lo esencial es tener verbo, saber hablar. Ya me ven aquí medio feo, pero les aseguro que he conseguido más mujeres que los hombres guapos.
Pero ustedes son dejados porque hoy conocí a una muchacha que se llama Amparo, que vive allá, en aquella casa. Mmm... qué mujer más linda y nadie se la tira.
Los muchachos se rieron. Es que es una creída. No tarda en salir a dar una vuelta sólo para picarnos. Es pícara, coqueta, pero como nadie se atreve a hablarle. Con aquellas palabras, José pensó que si ella salía tendría la oportunidad de decirle lo que ya sentía su corazón.
Se despidió del grupo y cautelosamente buscó las sombras. Se paró en una esquina esperando que Amparo saliera. No tuvo que esperar mucho. En ese momento la joven pasó cerca de él con su hermoso pelo extendido. José no se pudo contener y al caminar detrás de ella le gritó: ¡Amparo, Amparito! No camine tan rápido. Sshhhh. Espéreme. Salieron del pueblo y José no se dio cuenta. Le interesaba más que la mujer lo esperara que averiguar si estaban o no en las últimas casas. Ella se desvió a la derecha, seguida por su enamorado. José corrió hasta darle alcance y agarrándola del pelo exclamó: “¡Es mucha papada la suya, Amparito, con los hombres no se juega!
Al hacer que ella se diera la vuelta, casi se desmaya del susto. No era Amparito, como él creía. Era una mujer horrible con el pecho descubierto. El espanto lanzó una terrible carcajada que resonó en las montañas, haciendo huir a los animales nocturnos “¿Quieres una mujer? Aquí estoy, desgraciado, toma tu teta… toma tu teta que soy tu nana, ja, ja, ja, ja, ja. José, al verse perseguido por la monstruosa mujer, lanzó un grito aterrador que fue escuchado por todos los habitantes de Las ánimas.
La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida. Un doctor en Danlí lo asistió. No cabe la menor duda de que le salió la Sucia, como ha sucedido con otros enamorados.
Introduccion
Mas,
atino que la pobreza de la heredad legendaria tiene causas desconocidas y que
precisa estudiar; es más, muchas de las joyas folklóricas de algunos vecinos
países nos son comunes, como en su oportunidad se probará. En efecto, uno de
los focos luminosos de la cultura maya tuvo su sede en el occidente de Honduras,
Copán, abarcando parte del suroeste del país.
Verdad
es que a la fecha los estudios etnográficos están en pañales entre nosotros,
fuera de que se nota por ciertas toponimias, una serie de intromisiones, como
si estos pueblos hubiesen sido conquistados unos a otros, resultando de ello
que el estudio debe someterse a una escrupulosa observación. Desde luego, la
influencia mexicana en todas partes se nota, pero ésta es mayor hacia el sur,
pues los éxodos mexicas, eran costaneros, como si no interesasen penetrar al
corazón del país, o sea, que les interesaba más acortar la distancia, para sus
expediciones hacia el sur.
Aunque
puede asegurarse que existían colonias mexicanas por todo el territorio
nacional, como lo describe el padre Francisco Vásquez en su famosa crónica y
Hernán Cortés en sus Cartas y Relaciones.
Motivos
ignorados de seguro, han influido para que las viejas tradiciones, sobre todo
las de origen maya, se hayan perdido, y a estas horas nadie sepa ya los trozos
que el cronista indio de Guatemala salvó, como preciosidades de un pasado más
antiguo, en esa joya folklórica que se llama el Popol Vuh. En el occidente del
territorio se recuerdan las tradiciones de la teogonía maya y en todo el país
las mexicanas y chichimecas, fuera de las relativamente modernas y las de
puramente fuente vernáculas.
Uno
de los motivos a mi juicio, de semejante olvido, fueron las invasiones
desastrosas, de seguro las consumadas por tribus caribises, chichimecas o
vernáculas, como la de los lencas. Siendo estas corrientes migratorias tan
primitivas y salvajes, es de creerse que carecieran de los dulces frutos de la
leyenda. Quiero decir, por ejemplo, que los chichimecas eran tan rústicos, como
su nombre lo indica, que su poca literatura recordativa y folklórica, fue
posterior, cuando se inició su engrandecimiento en las orillas del lago
Pátzcuaro, en México, lo que quiere decir que sus tribus disgregadas, estaban
en un lamentable estado de atraso, sea que ellas hayan pasado por este país o
que posteriormente hayan venido en son de conquista, lo que no es remoto,
debido a las persistentes trazas filológicas tarascas, que he encontrado en
este territorio. Esto no es más que una simple conjetura.
Otro
de los motivos para que se hayan perdido las tradiciones verdaderamente
antiguas, es el poco estudio que de ellas se ha hecho, consultando las pocas
familias indias que las guardaron, hay que agregar que la devastación del
territorio en tiempo de la conquista fue grande por parte de los españoles,
ansiosos de recoger la mayor cantidad de oro y plata posibles. Las tribus
indias espantadas, se levantaron temerosas, buscando las cimas de las montañas
o diseminándose en diferentes sentidos. Datos cronistas del tiempo de la
colonia, afirman que la destrucción hecha aquí en Honduras, por los españoles,
fue considerable, ya que creyendo que este país era El Dorado, afanoso
pretendían reunir prontamente cuantiosas fortunas, fustigando a los indios que
temerosos hacían sus huacas. ¿No es esa una de tantas razones para que el tesoro
demopédico de antiguas civilizaciones haya desaparecido?
Pero
la despoblación del territorio se aumentó, para cuando las guerras de España e
Inglaterra trajeron a nuestras costas las horrorosas piraterías, cuyo
vandalismo aterrorizó a los pueblos, que para defenderse abandonaron las costas
y vecindades, lo que contribuyó en parte, para que las fuentes folklóricas a la
fecha se presenten perturbadas y escasas.
Las
incursiones de los salvajes zambos, hicieron mucho mal al orden colonial y
varios pueblos se destruyeron por esa causa y se alejaron hacia el interior,
donde la presencia de las autoridades era mayor garantía para sus vidas y
propiedades.
Luego
para que la leyenda, la fábula y la traición puedan brotar y conservarse,
formen un nido confortable; entonces con kilates de cultura superior, surge el
simbolismo trascendente o religioso y las deidades, en el cielo de lejanas
teogonías, tejen el delicioso velo de la leyenda.
La
historia tienen su entrañas oscuras y misteriosas: su calle infinita, desafía
la mirada penetrante del sabio, que en su mayéutica admirable, bebe en la ubre
de la noche del pasado, la tenue luz de la certidumbre, en ciertas mortecinas
estrellas que lucen en el fondo negro de lo pretérito. Esas estrellas
milagrosas que tachonan el cielo de lo desconocido de la humanidad, son la
tradición y la leyenda, ellas, como el final de las raíces de lo que
actualmente se sabe, tienen mucho de verdad y de grandioso simbolismo;
representan la fe como tributo a lo inexplicable, pero aún así entran en el
mundo de la ciencia y descansan en las profundas leyes naturales.
Ya,
desde otro punto de vista, a mi ver, la trama mítica tiene su fundamento, si no
puramente científico por lo menos filosófico, que es ciencia suprema y donde la
verdad tiene su puesto de honor, aunque sea sobre las engañosas bases de una
aparente falsedad.
En
efecto, no hay suceso en el mundo, por paradójico, extraordinario e ilógico que
parezca, que no quepa en el vaso universal de la verdad, tratando las cosas
bajo una lógica general, eterna, en el espacio y en el tiempo, para que
entonces los sueños que irradian su encanto desde las páginas de Las Mil y Una
noche, tengan el prestigio de una historia abreviada de la vida moderna y aún
una profecía de lo que más tarde será una realidad viviente, involucrada en la
vasta ley de la unidad de la materia.
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